Estaba escribiendo que las artes son el producto de una serie gradual de transformaciones que se van adueñando de las formas de una época, de la manera de pensar de la sociedad, hasta hacerse características de las costumbres, de las modas y del estilo de vida. Entonces escuché que Susana Giménez anunciaba en su programa: ?Y ahora, con ustedes, el grupo de arte Mondongo? (trío formado por Juliana Laffitte, Manuel Mendanha y Agustina Picasso; desde 1999, se especializa en hacer collage con materiales no convencionales).
Como había visitado el taller donde realizan sus obras, quise escuchar sus comentarios. Me vino bárbaro para cerrar el concepto de mi nota. Les cuento.
Yo narraba que el arte rupestre, imperios y hegemonías religiosas fueron el germen de las artes tal como las conocemos hoy en Occidente; que en el Renacimiento surgieron obras sublimes de las artes plásticas, fruto del equilibrio y la armonía de Leonardo, Rafael y Miguel Ángel ?sólo por nombrar a tres de sus máximos representantes.
Sabía cómo referirme a los siglos XVIII y XIX ?cuando surgieron, en la música, los genios de J.S.Bach, Mozart y Beethoven?. Pero, aunque veía los coletazos del siglo XIX sobre la primera mitad del XX, no me resultaba fácil pensar en su última parte; tal vez, por haberla vivido.
Mientras meditaba sobre esto, escuché que el grupo Mondongo se refería a su muestra en la galería Daniel Maman: trabajos realizados con plastilina de colores vibrantes basados en el cuento de Caperucita roja, otros cuadros realizados con carne ahumada y quesos, y otros con imágenes de sexo explícito bajadas de internet. Garantizo que es cierto porque los vi trabajar, in situ, con gigantografías, las cuales, al ser impresas, mostraban los píxeles de las imágenes procesadas en la computadora. Sobre ellas pegaban todo tipo de material: vidrio, chicles, caramelos, fósforos, papel glasé picado, galletitas, salchichas, plumas, palitos chinos, y cuanto elemento se les ocurriera, cuidando de cubrirlo con resina sintética para evitar la degradación de los componentes.
Le comentaban a Susana que el mismo Felipe de Borbón terminó aprobando su retrato realizado con espejitos de colores. ?Vaya alusión?, pensé. Créanlo o no, ahí esta el Mondongo, entre Velázquez, Tiziano y Goya, en el Palacio Real de Madrid. Uno cuelga lo que quiere en el propio living.
La Mondongo Laffite afirmó: "Nos gastamos todo en materiales, es verdad, pero en este momento comprar óleos también es carísimo". Sabiamente, no dijo que pegar cositas no es lo mismo que pintar al óleo.
?Por ahora, los Mondongo cotizan entre los dos y veinte mil dólares?, informó la representante del staff Maman.
Y entonces, como dije antes, la Susana me cerró el concepto de la nota: ?Chicos, ¿se dan cuenta que Van Gogh no vendió nada mientras estuvo vivo??
?Esa es la clave?, me dije. Así como los teoremas pueden demostrarse por el absurdo, este absurdo me demostraba por dónde pasa la ?evolución? del siglo que vivimos. Siglo XX, cambalache, la Biblia y el calefón.
Me fui a terminar la nota. Esta nota. Al día siguiente visité la galería y comprobé que lo que estaba colgado era lo mismo que había visto en el taller de los Mondongo: caramelos que no chorreaban, galletitas que no se deshacían, salchichas no degradadas. ¡Comida metida en "cuadros", habiendo tanta gente muerta de hambre en el mundo! Y recordé la primera vez que observé pinturas de Van Gogh: sentí frío; detrás de cada pincelada, el desgarro de una vida; la pena reflejada en la cara de los trabajadores de las minas de carbón. ¿Qué forma tiene la pena? ¿Qué color la amargura?
Los Mondongo y Susana me provocaron necesidad de releer Cartas a Theo. Después le mandé una nota a Georg Miciu Nicolaevici para pedirle una entrevista porque quisiera escribir sobre su obra. Le digo: ?Usted no pinta sólo paisajes, usted pinta afectos, vivencias, sentimientos, que hacen de sus pinturas obras de arte?.
Pero esto será en una próxima entrega. Por ahora, les comento que a los Mondongo no les podría haber escrito esa carta.