Fin


Primera página : Las buenas mentiras

Lunes 13 de Diciembre de 2004
Las buenas mentiras

 

Entrevista a Walter Ghedin, autor de la novela  Mera ilusión (Buenos Aires, Ediciones Deldragón, 2004, 350 pág.)

 

¿Cómo se te ocurrió la idea para Mera ilusión?

Creo que surgió por una preocupación político social, para decirlo de alguna manera. Comencé a escribir la novela durante los acontecimientos de diciembre de 2001. Como no soy muy afecto a las manifestaciones ni a otra forma de participación más activa en el campo popular, pero me salía de la vaina por hacer algo, por gritar lo que sentía, me animé y empecé a esbozar las primeras líneas de un cuento que finalmente fue novela.

Por otra parte, yo recordaba una anécdota que siempre contaba Sabina Olmos, referida a la presencia de un mitómano en su vida. Ella (así como otras personas engañadas) no se sentía mal por los bienes que había perdido como víctima de las mentiras del psicópata, sino por haber sido traicionados en sus sueños, en sus ilusiones más profundas. Los mitómanos son extremadamente hábiles, intuitivos; prometen aquello que uno necesita con urgencia, ofrecen lo que uno desea y nos hacen creer que cumplirán; mientras tanto la víctima espera ansiosa; en esa etapa, la duda o la sospecha del fraude quedan a merced de la ilusión. ¡Cómo no unir esta historia con los hechos que estaban aconteciendo en el país! Vivíamos (¿vivimos?) en un constante engaño que nos hace renegar de nuestros gobernantes; sin embargo, a pesar de todo volvemos a confiar; ese deseo tan profundo de volver a creer.

 

¿La composición de la obra siguió el mismo derrotero de esas ideas iniciales?

No del todo. Poco a poco, además de Herminia, Amanda (personajes inspirados en las actrices y cancionistas Sabina Olmos y Amanda Ledesma), el mitómano Formels y otros, aparecieron nuevos personajes y se fue armando la estructura de la novela. En un primer momento respeté el orden de aparición de las historias; me tranquilizaba hacerlo, no intervenir con cuestiones técnicas. Ya tendría la oportunidad de trabajar lo escrito. Fue para mí una actividad placentera resolver este conflicto. Decidí dejarme fluir, manteniendo ciertas pautas para que no sea un caos de situaciones o un ?fluir de la conciencia?.

 

¿Con qué problemas te enfrentaste al agregar situaciones, personajes, diálogos? ¿Tuviste que inventar otros lugares, eliminar fragmentos??

Al poco tiempo de lanzarme a escribir, aparece el personaje de la hermanita Chamorro: ella marca una nueva instancia temporal e histórica en la obra. Este personaje inesperado me sirvió para organizar la novela desde un lugar místico y mítico a la vez. Es ella la que trae consigo a Eva Perón, a quien (esto es ficción) cuidó en los últimos momentos de su vida. La historia de la hermanita poseída por el espíritu de Eva, la cual usa a la religiosa para perpetuar su obra, es lo más sorprendente que me pasó en la escritura de la novela. Ahí sentí lo que muchos escritores refieren al decir: ?Los personajes cobran vida propia?. Si la hermanita era víctima del poder de Eva, yo sucumbí con máximo placer a los designios de la monja Chamorro. De la mano de este personaje descubro la tierra donde ella ha sido desterrada por Perón: Tartagal, tierra de promisión, lugar próspero, cuyos habitantes esperan ser más sabios y, por qué no, más felices.

Respecto a otros obstáculos que fueron apareciendo, podría nombrar algunas cuestiones de investigación histórica, datos precisos, costumbres, marcas, etc. Hubo que trabajar también la estructura. La novela tenía que tener un inicio más atractivo, y su vez el lector debía conocer de entrada a la hermana Chamorro, que en el manuscrito original aparecía recién en el capítulo 4. Después de varios enroques, la novela adquirió la forma actual.

 

 

Tu novela entrelaza con comodidad hechos, personajes y lugares reales, con otros totalmente ficticios. ¿Cómo lograste ese cruce?

El cruce entre la realidad y la ficción es una construcción fuertemente subjetiva. Dejé que los personajes reales me atravesaran más allá de lo que conocía de ellos. Usé la información que podía encontrar en los libros, en las enciclopedias, con el objetivo de que me aportaran datos puntuales, que no se pueden alterar; lo contrario, sería pecar de falsía. Transgredí aquellos que contaban los personajes desde un estereotipo devenido en mito, como en el caso de Eva, de Perón o de las actrices mencionadas.

Me interesa trabajar, investigar (literariamente y no por puro regodeo psicologista) cómo cada uno construye la vida de los demás en nuestro mundo interno: su cotidianidad: cómo come, cómo y por qué viste así, cómo se relaciona con los demás, cómo ama, etc., etc. Hasta el personaje de Jorge (alter ego del autor) es y no es Walter Ghedin. La gente que ha leído la novela se ha quedado con ese interrogante que alude a la realidad y la ficción. Me parece bien, y me alegro cuando me preguntan: ?¿Es cierto lo de la Hermana Chamorro? Yo no sabía que una monja la había cuidado hasta el final?, o ?¿Sabina Olmos escribió la contratapa? Pero? ¿Sabina Olmos no murió?? o ?¿Vos pensás como piensa Jorge?...? Y yo me río para mis adentros y pienso, quizá con algo de orgullo: la mentira funcionó.

 

Sobre Mera ilusión, de Walter Ghedin

 

 

Cuando un escritor escribe, se suspende el mundo. Para él, mientras trabaja, no existen los vencimientos, las presiones del FMI, los piquetes, la vecina que grita,  el colectivo que frenó abruptamente en la esquina, no suena ningún teléfono, nadie es secuestrado, los pájaros no cantan en el árbol de la vereda. Cuando escribe, mientras escribe, no tiene hambre ni frío ni calor, no lo molestan el viento ni la lluvia; lo único que tal vez pueda perturbarlo es quedarse sin luz o sin tinta. Porque cuando un escritor escribe, sólo cuenta lo que escribe, el universo que crea en ese minúsculo espacio inmenso hecho de sonidos y silencios, de letras y de signos. Un universo en el que van creciendo de a poco unos seres que nacen difusos en su cabeza, se proyectan cada vez más nítidos a través de sus dedos y se van volviendo cada vez más corpóreos, hasta que toman forma, se definen, se vuelven reales, se exhiben, y luego se dejan conducir, amorosos, o se rebelan y se plantan frente al escritor.

Lo hemos conversado con Walter durante y después del proceso de composición de la novela: cuando él escribe (al menos mientras escribe), no tiene otra realidad más que el universo que va creando. Su mayor preocupación se centra en la coherencia de ese universo (no vaya a ser que algo distraiga de la situación, que haya algo fuera de lugar, algo que no cumpla con las leyes intrínsecas de ese mundo, con esa lógica que deben guardar las cosas en la obra, una lógica que es más férrea que la de la realidad). Su mayor desvelo serán los personajes: lograr que vivan, que respiren, que hablen y se muevan con naturalidad, confortablemente, que se sientan como en su casa dentro de esas paredes de papel que les ha creado. O mejor: hacer que parezca que esos personajes están en su casa, que sean seres con entidad real, no meras ilusiones novelescas, no sólo meras ficciones. Y que parezca que el escritor apenas nos está abriendo la puerta ?o la ventana o el agujero de la cerradura? para que nosotros, los lectores, podamos verlos, asomarnos a sus vidas, espiar sus temores y sus gozos, saber lo que ellos saben y, a veces, saber más de lo que ellos saben de sí mismos.

Y así es el universo que plantea Walter Ghedin en su novela. Un universo que tiene la lógica implacable de la ficción. Una lógica en la que es posible que convivan seres que tuvieron entidad histórica, cuya existencia es verificable mediante documentos y pruebas, con otros cuya sustancia es tan etérea como el suspiro y tan corpórea como un trazo negro sobre el papel. Y lo interesante es que ambas categorías sean tan indisolubles, que no haya, en esta novela, una que parezca más ?real? que la otra: la ficcional hermana Elsa Chamorro está tan ?viva? como la verídica María Eva Duarte de Perón.

Algo similar sucede con la ubicación temporal y la espacial. Mera ilusión se desarrolla en dos tiempos bien definidos de la historia de nuestro país. El primer tiempo está marcado por el signo de Evita: transcurre en los días inmediatamente previos a su muerte y unos meses posteriores. El segundo momento de la novela (que narra la historia de algunos personajes nuevos y continúa la de otros que ya habían aparecido), sucede durante las tristes postrimerías del gobierno de Alfonsín, treinta años más tarde. Y, al igual que ocurre con los personajes, los lectores nos sentimos inmersos en ese contexto, lo aceptamos como real aun cuando ciertos acontecimientos contradigan audazmente lo que conocemos por ?realidad?. En la novela de Walter Ghedin, Buenos Aires es y no es Buenos Aires, Tartagal es y no es Tartagal, y las tangueras Amanda y Herminia son las que fueron y a la vez no lo son. La historia nos habla de lugares reconocibles, de personas reconocibles ?que al fin se vuelven distintos, como traspasados por una luz nueva.

El juego de tensiones que crea ese universo nos hace sentir que estamos más allá de ponernos a pensar en esas cuestiones. Mientras leemos, no nos planteamos qué es lo real y qué no. Nos dejamos llevar de la mano por la trama equívoca, al igual que los personajes se dejan llevar por las lucubraciones del mitómano Sergio Formels (o como se llame, porque tiene varios nombres), que se inventa una realidad a cada momento, una historia para cada necesidad. Sergio enmascara su vida detrás de tantas ficciones, que al fin ni siquiera él puede decirnos quién es en verdad, dónde nació. ?Ya me conozco Buenos Aires, se dice ?nos dice?, como si hubiera nacido en cada uno de sus barrios: quizás haya sido así, y mis múltiples caídas habrán marcado entonces el piso de diferentes hospitales?? Este mitómano liga realidad y ficción de un modo tan indisoluble que ya no sabe ?no sabemos nosotros tampoco? cuáles son los límites. Al igual que el autor que hoy nos convoca. Porque Walter Ghedin, como todo aquel que inventa historias, toma la realidad (todos los elementos de la realidad, realidad visible y no visible, natural y sobrenatural) y la amasa, la moldea, le da forma hasta que se vuelve nueva realidad, diferente de aquella de la que partió, una realidad otra. Una realidad trascendente y universalizadora.

Y así como Herminia y Elsa Chamorro son conducidas por los subsuelos del Albergue Warnes hasta un mundo subterráneo que las deslumbra, Walter Ghedin nos conduce por los túneles sombríos y misteriosos que constituyen la trama de la novela y la caótica coherencia de las mentes de los personajes. Y nosotros, los lectores, nos dejamos guiar por él. Y mientras leemos, para nosotros se suspende el mundo. Y no existen los vencimientos, las presiones del FMI, los piquetes, los pajaritos, la vecina que grita, la parada del colectivo en la que debíamos bajar... Lo único que cuenta es lo que leemos, ese universo que se ha creado en este minúsculo espacio inmenso hecho de sonidos y silencios, de letras y de signos. Todo lo demás es? mera ilusión.

 

Reseña biográfica:

 

Walter Hugo Ghedin nace el 8 de mayo de 1960 en la ciudad de Nueve de Julio, provincia de Buenos Aires.

Es médico psiquiatra y psicodramatista: docente en distintos centros educativos de Salud Mental.

Estudió drama y dirección teatral con Beatriz Matar y Augusto Fernándes. En 1986 ingresa al taller de dramaturgia de Ricardo Monti. La técnica lo acerca a la narrativa ya que, antes de desarrollar las escenas teatrales, se realizaba una investigación narrada de los personajes y sus circunstancias.

Escribe obras de teatro: Los juegos del cada cual, Freud y Jung (en colaboración con Pablo Olivo) y adapta para teatro los cuentos de Chejov ?Los mártires? y ?Varka?.

En 2003, la prestigiosa revista francesa Outre Terre selecciona y publica su cuento ?La Única?.

Actualmente, además de dedicarse a la psiquiatría clínica, dirige el grupo de teatro de Holos San Isidro y prepara un libro de cuentos.

Mera Ilusión es su primera novela.

 

 
Publicado por Nomi Pendzik a las 00:00