Hablar de Stephen King es hablar de un género específico: el terror. Y explorando este género aprenderemos del escritor que las historias no están hechas de lo que en un primer impulso nos sale, sino que cada palabra es importante.
Cualquier lector del prefacio de su libro de cuentos El umbral de la noche (Barcelona, Plaza & Janés, 1990) notará ?con gran placer? una profunda reflexión acerca de la escritura de cuentos de terror. Stephen King nos lleva a ver su propia ?cocina?, metiéndose con todos los ámbitos de la vida, desde la política hasta el cine, y deteniéndose en las vivencias más íntimas de cada uno: como si pudiera capturar la punta de la madeja donde comienza el miedo y tirar de ese hilo hasta el final, hasta desenredar todo el terror. Utilizando ese espacio del libro ?en el que otros se ocupan de agradecer? para hechizar al lector, marcando un ritmo de respiración y lectura específicos, siendo claro y exacto en las palabras que utiliza, nombrando eso que normalmente tememos decir (o siquiera pensar?), Stephen King comienza: ?Hablemos, usted y yo. Hablemos del miedo?.
Una invitación a la lectura, contundente y sin rodeos. Ahí, la primera lección: para decir lo que uno quiere decir, sólo es necesario decirlo. No hace falta adornar la frase con adjetivos siniestros: nombrar lo que sucede es, quizá, más siniestro aún. Un ejemplo muy claro lo encontramos en el cuento ?La trituradora?, en el que Hunton, el protagonista, se impresiona con la imagen de una mujer deshecha dentro de una máquina. Stephen King no dice ?Hunton se impresionó?; por el contrario, escribe: ?Hunton lo vio...? Y más abajo continúa: ?Le echó una larga mirada glacial, y después hizo algo por primera vez en sus catorce años de agente del orden: dio media vuelta, se llevó la boca a una mano convulsionada y vomitó...? La acción lo dice todo.
Apenas unos renglones más debajo de la primera línea del prólogo donde nos invita a hablar del miedo dice: ?La casa está vacía mientras escribo...? Segunda lección: la importancia del contexto. Así sea opuesto al que uno se imaginaría o exactamente ése con el que se fantasea ?muchos de los cuentos de Stephen King se desarrollan una casa embrujada o un subsuelo?, lo importante es que las cosas que están dentro de la casa y que la casa misma sean tangibles. De esta forma, el lector no pensará en que está leyendo, sino que ?caminará? por la casa.
Y valiéndose de esas mismas acciones, será él ?el lector? quien descubra a lo largo del cuento, junto con el protagonista, el lugar en el que se hallan. Sin embargo aquí debemos detenernos, porque el que escribe una historia (cualquiera sea su género) tendrá que tener en cuenta dos partes de la misma ?naranja?. Por una lado, el lector no es tonto, no se sumerge en la lectura sin experiencias previas. El lector sabe lo que es una cocina, un bar o una habitación: si no hay nada que se destaque en esa habitación, sino hay ningún dato que modifique la historia, entonces no hace falta contar que la cocina tiene un horno, una mesada o una mesa donde diariamente se come. Pero, por otra parte, para que el lector ?camine? por la casa, el escritor tiene que proporcionarle un piso sobre el cual moverse: con sólo nombrar la cocina será suficiente.
Tercera lección: continuando con el prólogo, S. King nos advierte: ?Lo que espera debajo de mi cama para pillarme el tobillo no existe. Lo sé...? Esta es una frase de suma importancia. Cuando uno escribe, tanto para la construcción de un personaje ?que no debiera ser ni absolutamente escéptico de la situación que vive, ni creer, al menos desde el principio, que todo lo que sucede es tal cual se ve? como para la construcción del relato mismo, el lector entra en la convención, y cree en lo que está leyendo. Pero hay que darle un grado de verosimilitud al asunto: nada de lo que nos pasa en la vida lo creemos de buenas a primeras sin cuestionar, y eso es lo mismo que le sucede a un personaje en un cuento o lo que le pasa al lector frente a una historia.
Y para lograr la verosimilitud, Stephen King se sirve de la ambivalencia, o de la contradicción. Aquí es donde entra la segunda parte de la frase: ?Y también sé que, si tengo la precaución de conservar el pie bajo las sábanas, nunca podrá pillarme el tobillo...?. Ahí está el rasgo humano. Y ahí, la verosimilitud.
Y en el terreno de lo verosímil: lo terrible de la condición humana, lo que nadie quiere confesar pero la mayoría hace/siente, desde chicos, como cuando mirábamos una película de terror y nos tapábamos los ojos con los dedos de una mano para entrever el momento en que el tiburón parte al medio al tipo, dejando al descubierto la escena y a nosotros embobados con la pantalla. Ese instinto ?¿el morbo, la pulsión de muerte?? con el que convivimos de una u otra forma. ?Los ciudadanos maduros ?continúa S.K. en su prólogo? cogen el periódico por la mañana y buscan inmediatamente las notas necrológicas, para saber a quiénes han sobrevivido...? Ese instinto es al que debiera apelar cualquier escritor de historias de terror.
Ya para el final del prefacio, conviene abrir bien los ojos y no dejar pasar algunos de los consejos que King expone ?sin vueltas, como es su costumbre?: el ámbito, el contexto donde se mueve y el tiempo en el que transcurren las historias de terror son ambivalentes. Se trata de ese lugar ubicado entre lo consciente y lo inconsciente, entre la vigilia y el sueño. Y una vez que arribamos a ese lugar, lo importante es lo que sucede, el argumento. Una vez que decidimos que lo que estamos escribiendo es una historia de miedo, entonces debemos pensar en el argumento. En palabras de King: ?[El escritor] debe narrar un argumento capaz de mantener hechizado al lector o al escucha durante un rato, perdido en un mundo que nunca ha existido, que nunca ha podido existir...? Y ese argumento debe ser contundente, verosímil y posible en los términos de la narración.
Así llegamos al final del prólogo, retomando la misma invitación que hiciera al comienzo: ?El lugar donde me encuentro aún está oscuro y lluvioso. Es una excelente noche para esto. Hay algo que les quiero mostrar, algo que quiero que toquen. Está en una habitación no lejos de aquí..., en verdad, está casi a la misma distancia que la próxima página.
¿Vamos allá??