Auster empieza su novela en primera persona, narrándola en la voz de Sydney Orr, un escritor que sufre un accidente y por milagro se salva de morir. Durante el primer año de su etapa de rehabilitación Sidney no logra escribir ni una sola palabra, hasta que un día, al comprar un cuaderno de color azul ?parece que los cuadernos en las novelas de PA siempre son de algún color? comprueba que su escritura comienza a poblar las hojas con una facilidad sorprendente; el cuaderno y aquello que escribe en sus páginas lo atrapan de tal manera que no escucha el teléfono, y hasta su mujer jura no haberlo visto al asomarse a la habitación donde él estaba escribiendo. La historia que cuenta en su cuaderno azul es la de Nick Bowen, un editor que cambia su vida cuando recibe, de manos de una hermosa mujer, nieta del autor, el manuscrito de una novela, La Noche del Oráculo.
Así que tenemos a Orr que escribe la historia de Bowen y a Bowen que lee el manuscrito y se mimetiza con su protagonista: típico laberinto de Auster, en el que al final Orr, debido a su escritura atolondrada, termina metiendo a Bowen en una encrucijada de la que después no puede sacarlo.
Todo pasa en pocas semanas, y después de ellas ?parafraseando a nuestro autor? nada vuelve a ser lo mismo. La historia ?o una de las historias? es muy ?austeriana?: alguien que, al darse cuenta de que pudo haber muerto hace un segundo, decide cambiar su vida y tomar repentinamente otro rumbo, abandonándolo todo sin remordimiento.
Cuando comencé la lectura de este libro de Paul Auster, pensé: ?¡Esto es demasiado!; historias dentro de historias, larguísimas notas al pie de página, ?llamadas? que se extienden luego en compactos relatos paralelos acerca del pasado lejano de S. Orr, relatos que luego van desapareciendo a medida que avanza el libro. Todo lo que al principio consideré tedioso para mis ganas de disfrutar de una buena historia, se convierte en un aplauso y un ?bravo? casi al finalizarla. El recurso de ?nota al pie de página? es absolutamente válido y bienvenido cuando se trata de citas, referencias puntuales, acotaciones breves al margen, que entorpecerían la lectura si no se las ?separase? del texto principal. Pero usarlas como lo hace Auster, a modo de un extenso apéndice que relata un pasado más lejano que el que está transcurriendo... (¡y que el lector no abandone en el intento!) es un desafío que el autor supera con maestría.
La tensión nunca afloja, porque cuando no llega al clímax en la vida de Sydney Orr, lo hace en la de Bowen, y cuando no, en la de alguna otra historia paralela. Y uno va saltando de una historia a la otra sin poder soltar el libro.
Hay mucho más dentro de esta novela, pero eso no se cuenta, sino que se lee... ¡Para eso está el libro!