Me acuerdo de ciertas conversaciones de 1974. Repetían un tema que ya habían formulado peronistas de distinta extracción en la época en que Perón estaba proscripto y en España: ?El peronismo sin Perón?. Tengo presente haber dicho ?o haber escuchado?: ?Muchachos, no se engañen: Perón se llevó el peronismo a la tumba?. Nada me recuerda más esa frase que las primeras planas del 18 de octubre de 2006:
Violencia en el traslado de los restos del ex presidente
Piedras, balazos y unos 50 heridos en el acto por Perón
Las fotos, las imágenes que acompañan a esos titulares, tienen olor: es la fetidez de un cadáver ?el del peronismo?, desenterrado para un nuevo entierro con su líder.
No sé por qué pienso en Ortega: ?Argentinos, a las cosas?; es como si hubiera dicho: ?Argentinos, a las manos?.
Sin duda que se fueron a las manos. Lo hicieron en una estética de la prepotencia. Algunos de los que la protagonizaron entraron al sindicalismo de la mano de la dictadura militar. Y conservan esa impunidad, una impunidad expuesta.
No llego a entender por qué, pero la estética de la prepotencia expuesta me convoca otras imágenes del presente y del pasado: la de Menem ocultándose de los fotógrafos con un ramo de flores para Isabel, o jugando al golf; la de Cristina Kirchner disfrazada de Moria Casan; la de Kirchner revoleando el bastón presidencial al asumir; la de la sonrisa de Rodríguez Saa, o la de la Junta Militar festejando un gol comprado en el mundial del 78.
En el colmo de la ironía, el fantasma fétido del peronismo desentierra y entierra a un cuerpo sin manos.
Algún peronista, sin duda, las cortó, las robó, las tiene y las usa: va a las ?cosas?, como quería Ortega.
Son manos sin cabeza. Pueden provocar la peor desigualdad social y la destrucción del aparato productivo. O encontrar la forma de enfrentarse a Uruguay, Estados Unidos, Chile, Francia y la Iglesia. O convocar con desmesura a aquellos otros fantasmas: los de los Años de Plomo, que parecían dormidos.
El resto de los políticos ?espectro político, fantasmas? sin cabeza y sin manos pero con una estética menos impune, más hipócrita, recuerda también imágenes: la de De la Rúa proclamando su tristeza; la de Alfonsín anunciando que la casa está en orden; o, más recientemente, la de gobernadores e intendentes comprados como si fueran goles de un mundial arreglado.
Tanto grotesco tiene sabor a Marechal y su Neocriollo. El nuestro es un cuerpo deforme: el de una sociedad que puede generar un crecimiento explosivo en el sutil tejido de pequeños y medianos emprendedores, que puede producir riqueza cultural y hasta algo de ciencia, prácticamente sin recursos. Pero que es impotente para desprenderse de sus propios fantasmas.