Fin


Primera página : Con un leve gesto mío

Viernes 15 de Junio de 2007
Con un leve gesto mío

Los valles de la Lombardía se acunan protegidos por los pre-Alpes, cubiertos por un bosque que en primavera despierta por el canto del agua corriendo despeinada entre las piedras, hasta vaciarse al fin en los lagos calmos e inmensos. La vida parece detenida en los pueblitos encastrados a un lado y al otro de los ríos, con construcciones medievales de piedra, iglesitas de altos campanarios y casas de techos alpinos con tejas desgastadas y ventanas de madera lustrada. Pero al bajar del coche, lo que parecía dormido en realidad se mueve en motos supernuevas que los italianos jóvenes llevan de aquí para allá con el mismo ritmo, desordenado y a la vez respetuoso, del agua. Es un extraño encuentro entre el pasado y el presente, tan natural para ellos, acostumbrados a esa torre del 1200 que ha estado allí, inmóvil, desde siempre. El mismo paisaje que recorrieron etruscos, longobardos, romanos, francos y tantos otros, renace cada año con el retoño de los mismos viejos árboles, para mostrarse lleno de luz a nuestros ojos. Un lunes de trabajo es el mejor momento para recorrer la Val Brembana , ese valle que se desliza según el cauce caprichoso del río Brembo.

Llegamos a un establecimiento de agroturismo cruzando el río por un puente peatonal. Todo es silencio y cantos de pájaros, pero la mujer insulsa que sale a recibirnos nos dice despiadadamente que a las dos de la tarde la cocina está cerrada y no tiene ganas de darnos siquiera un poco de pan, queso, miel y vino, que es lo que venden en su propio negocio. Así que dejamos el lugar y nos adentramos río arriba por el valle, hasta llegar a otro sitio donde nos reciben como si fuéramos peregrinos ilustres. Dos mujeres nos dejan sentar donde nos gusta, junto a las ventanas abiertas, a pesar de la lluvia ligera que ya empezó a pintar de luz las hojas. El bosque se sienta a la mesa con nosotros, mientras nos traen un tinto casero, y una pasta con crema y camarones como primer plato. Nos avisan que el segundo es escalopes de cerdo con hongos y verduras grilladas, y decimos que sí, a pesar de nuestras promesas cotidianas de comer menos. Todo es delicioso, tanto que no podemos resistirnos a la porción de torta tibia de chocolate, al café y a la sambuca que termina de erizarnos de alegría. Partimos a caminar unos pasos bajo la lluvia, a la vera del río bullicioso, entonados por el delirio de los pájaros. Me lleva de la mano este hombre delicioso que me mira con amor y pienso ¿qué más se puede pedir? Nada, claro, nada, me digo mientras el anhelo de abrazar a mi familia y a mis amigos me estruja el corazón. Se detiene y me mira. No hace falta que le diga nada porque sabe exactamente qué me pasa. Entonces me abraza, suspiramos profundamente juntos y un leve gesto mío lo alienta a seguir el paseo.

 
Publicado por Alex Ferrara a las 07:00