"Adiós, hermosa avecita -dijo-. Gracias por el delicioso canto con que me obsequiaste en el verano, cuando los árboles estaban verdes y el cálido sol brillaba sobre nosotros".
Al decirlo apoyó la cabeza sobre el
pecho del ave, e inmediatamente se sintió alarmada. Porque le pareció que como si dentro del pequeño cadáver algo estuviera haciendo "tum, tum". Era el corazón de la golondrina, que no estaba muerta realmente, sino entumecida por el frío, y que con el calor había empezado a volver a la vida.
Al llegar el otoño, las golondrinas
vuelan hacia los países cálidos; pero si ocurre que alguna se
retrasa y es alcanzada por el frío, se hiela y cae como muerta, y
allí se queda hasta que la cubre la nieve. Pulgarcita temblaba de miedo,
muy asustada, porque el ave era grande, mucho más grande que ella, que
sólo medía un par de centímetros. Pero trató de
hacer valor, arropó mejor a la golondrina y luego trajo una hoja que le
servía a ella misma de cobertor y la colocó sobre la cabeza del
pájaro. A la noche siguiente se levantó de nuevo a escondidas y
fue a ver a su protegida. La encontró con vida, pero extremadamente
débil, tanto que sólo pudo abrir los ojos un momento para mirar a
Pulgarcíta.
-Gracias, hermosa niña -dijo la golondrina enferma-. He estado tan bien con el calor que me proporcionaste que pronto recobraré mis fuerzas y podré volar hacia las tierras donde calienta el sol.