-¡Oh! -exclamó Pulgarcita-. Hace mucho frío afuera, con la nieve y la escarcha. Quédate en tu cama caliente; yo cuidaré de ti.
Le llevó a la golondrina un poco de
agua en el cáliz de una flor. El ave le contó que se había lastimado una de sus alas en una zarza, por lo cual no pudo volar con tanta presteza como sus compañeras que ya estarían a gran distancia en el camino hacia los países cálidos. Por último había caído en tierra, luego de lo cual no recordaba nada más. Ignoraba cómo llegó al lugar donde la encontraron.
El ave permaneció bajo tierra todo el invierno, y Pulgarcita la alimentó con cariño y cuidado, sin que el topo ni la rata de campo supieran nada, pues a ellos no les gustaban las golondrinas.
No tardó en llegar la primavera y
el sol empezó a caldear la tierra. Entonces la golondrina se despidió de Pulgarcita, y ésta abrió el agujero que el topo había practicado en el techo. El sol brilló sobre ambas con tal esplendor que la golondrina invito a la niña a partir con ella, sentada en su lomo, y volar las dos juntas hacia los bosques verdes. Pero Tiny, sabía que la rata de campo se entristecería mucho si su protegida la abandonaba de semejante manera, y respondió:
-No; no es posible.
-¡Adiós, entonces! ¡Adiós, bondadosa y hermosa doncellita! -Y la golondrina emprendió vuelo en la luz del sol.
Pulgarcita se quedó
mirándola, mientras las lágrimas le brotaban de los ojos, porque la niña quería mucho a la golondrina.