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En el protegido entorno de la casa del párroco, en donde la severidad y la disciplina eran la norma, el sensible Vincent pasó su primera infancia en soledad. Su padre no le prestaba atención, incluso parecía evitarlo, absorto como estaba en sus tareas. A Vincent le quedó una desagradable sensación de vacío: debió de haber sentido que había venido a reemplazar a un hermano fallecido casi exactamente un año antes de su nacimiento, en honor de quien fue bautizado Vincent y gracias a quien le fue concedida una pequeña dosis de afecto. De niño, Vincent era poco comunicativo y solitario. Elegía animales y flores como compañeros de juego, vivía en comunión con la naturaleza y el campo, y desde una temprana edad se desligó de la observancia religiosa, las normas del párroco, las interminables letanías de su padre y los formales rezos cotidianos. Anna Cornelia era rápida para entenderlo y tomar partido por él. Le daba libertad, lo protegía de las trampas del aburrimiento, lo malcriaba, perdonaba sus estallidos de ira y lo abrazaba con amor y ternura. Vincent le retribuía el afecto: a ella le mostró sus primeros bosquejos cuando tenía ocho años, para ella modeló un pequeño elefante con arcilla y disfrutaba pasando gran parte del día con ella. En su madre, Vincent encontró una delicadeza y una sensibilidad similares a las suyas -un temperamento bastante extraño para Theodorus. Con el correr de los años, Vincent cambió los objetos de su devoción, ofreciéndosela ahora a figuras masculinas, en particular su hermano Theo, que era cuatro años menor que él. Theo se convirtió en fiel compañero de sus juegos, descubrimientos y excursiones al campo. Juntos conocieron colores y olores nuevos, interpretaban visiones y sueños mientras caminaban por turberas cubiertas de mantos de nieve. Zundert, su aldea natal y de los primeros recuerdos concientes, fue, para Vincent, un lugar de recuerdos vívidos, profundamente enraizados. Nunca habría de olvidar la intensidad de su primera borrachera. Era una iniciación que evocaría constantemente a lo largo de su vida, con una emoción tan fuerte como las de sus aventuras amorosas. En una carta a su hermano Theo, enviada desde Arles en 1889, cerca de su muerte, Vincent da rienda suelta a su dolor al recordar aquellos lugares de la infancia y los sentimientos asociados a ellos: el cementerio, el jardín detrás de la casa, el nido de urraca en el árbol de acacias. Y recuerdos del compañerismo de Theo, por sobre toda las cosas.
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