-¡Oh!, soltero, querido, por supuesto. Un hombre soltero y de
gran fortuna; cuatro o cinco mil libras al año. ¡Qué buen partido para nuestras
hijas!
-¿Y qué? ¿En qué puede afectarles?
-Mi querido señor Bennet -contestó su esposa-, ¿cómo puedes ser
tan ingenuo? Debes saber que estoy pensando en casarlo con una de ellas.
-¿Es ese el motivo que le ha traído?
-¡Motivo! Tonterías, ¿cómo puedes decir eso? Es muy posible que
se enamore de una de ellas, y por eso debes ir a visitarlo tan pronto como
llegue.
-No veo la razón para ello. Puedes ir tú con las muchachas o
mandarlas a ellas solas, que tal vez sea mejor; como tú eres tan guapa como
cualquiera de ellas, a lo mejor el señor Bingley te prefiere a ti.
-Querido, me adulas. Es verdad que en un tiempo no estuve nada
mal, pero ahora no puedo pretender ser nada fuera de lo común. Cuando una mujer
tiene cinco hijas creciditas, debe dejar de pensar en su propia belleza.
-En tales casos, a la mayoría de las mujeres no les queda mucha
belleza en qué pensar.
-Bueno, querido, de verdad, tienes que ir a visitar al señor
Bingley en cuanto se instale en el vecindario.
-No te lo garantizo.
-Pero piensa en tus hijas. Date cuenta del partido que sería
para una de ellas. Sir Willam y lady Lucas están decididos a ir, y sólo con ese
propósito. Ya sabes que normalmente no visitan a los nuevos vecinos. De veras,
debes ir, porque para nosotras será imposible visitarlo si tú no lo haces.
-Eres demasiado comedida. Estoy seguro de que el señor Bingley
se alegrará mucho de veros; y tú le llevarás unas líneas de mi parte para
asegurarle que cuenta con mi más sincero consentimiento para que contraiga
matrimonio con una de ellas; aunque pondré alguna palabra en favor de mi pequeña
Lizzy.