https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Un asesinato" de Anton Chéjov (página 2) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Domingo 20 de abril de 2025
  Home   Biblioteca   Editorial      
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  (2) 
 

Empezó de nuevo a hablar de la fábrica y del coro, pero el ofendido Serguei Nikanórich no acababa de calmarse, ni encoger los hombros y gruñir. Matvei se despidió y encaminó a su casa.

No helaba, y ya goteaba de los tejados, pero la nieve caía en grandes copos que se arremolinaban en el aire, y sus blancas nubes se perseguían por la vía del ferrocarril. El robledal, que se extendía a ambos lados de los carriles, apenas iluminado por la luna, y se escondía en lo alto, tras las nubes, dejaba oír un zumbido áspero y prolongado. ¡Los árboles infunden miedo cuando un fuerte vendaval los azota! Matvei caminaba por la carretera, a lo largo de la línea, protegiéndose la cara y las manos, empujado por el viento. De pronto apareció un caballero cubierto de nieve, un trineo rechinó por las desnudas piedras de la carretera y un mujik, con la cabeza envuelta y todo él blanco, también hizo restallar el látigo. Cuando Matvei se volvió para mirar, ya habían desaparecido el trineo y el mujik, como si todo hubiese sido una visión, y apretó el paso sintiendo un vago miedo.

Llegó al paso a nivel y a la oscura caseta del guarda. La barrera estaba levantada. junto a ella se habían formado verdaderas montañas de nieve y los copos giraban como las brujas en la noche del sábado. En aquel punto cruzaba la línea un viejo camino, importante en otros tiempos, al que todavía se le daba el nombre de calzada. A la derecha, cerca del paso a nivel y al borde mismo de la carretera, estaba la taberna de Teréjov, que antes había sido posada. Allí, por las noches, siempre lucía una luz.

Cuando Matvei llegó, en todas las habitaciones, incluso en el zaguán, había un intenso olor a incienso. Su primo Yákob Ivánich seguía oficiando las vísperas. En un rincón del oratorio donde la ceremonia tenía lugar, había una urna con viejas imágenes heredadas de los abuelos, en marcos sobredorados; a ambos lados, derecha e izquierda, había imágenes antiguas y modernas, en urnas o sin ellas. Sobre la mesa, cubierta con un tapete que llegaba hasta el suelo, había una imagen de la Anunciación, una cruz de ciprés y un incensario. Ardían las velas de cera. junto a la mesa había un atril. Al pasar junto al oratorio, Matvei se detuvo y asomó la cabeza. Yákov Ivánich estaba leyendo junto al atril. Le acompañaba en las oraciones su hermana Aglaia, una vieja alta y flaca, vestida de azul y con un pañuelo blanco en la cabeza. Estaba también Dashutka, la hija de Yákov Ivánich, una moza de dieciocho años, fea y pecosa, que siempre iba descalza y con el mismo vestido que llevaba cuando, por la tarde, abrevaba los animales.

-¡Gloria a ti, que nos mostraste la luz! -entonó Yákov Ivánich con voz cantarina, e hizo una profunda reverencia.

Aglaia, con la barbilla apoyada en la mano, se unió al canto con una voz fina y chillona. Arriba, sobre el techo, también resonaron unas voces confusas que amenazaban o anunciaban algo malo. En la segunda planta, después de un incendio que se había producido hacía mucho tiempo, no vivía nadie; las ventanas habían sido clavadas y el suelo, entre las vigas, estaba sembrado de botellas vacías. Ahora el viento zumbaba allí y parecía como si alguien corriese, tropezando en las vigas.

La mitad de la planta baja estaba destinada a taberna; la otra mitad la ocupaba la familia de los Teréjov; así que, cuando en la taberna alborotaban los viajeros borrachos, en las habitaciones se oía hasta la última palabra. Matvei ocupaba una habitación junto a la cocina; en ella había un gran horno en el cual en otros tiempos, cuando aquello era posada, cocían pan todos los días. En la misma habitación, detrás del horno, dormía Dashutka, que no tenía cuarto para ella sola. Todas las noches cantaban los grillos y se oía el ruido de los ratones.

Matvei encendió una vela y se puso a leer un libro que le había prestado el gendarme de la estación. Entre tanto, terminaron los rezos y todos se acostaron. También lo hizo Dashutka, que empezó a roncar acto seguido, aunque no tardó en despertarse y dijo, bostezando:

-No debías tener la vela encendida sin necesidad, tío Matvei.

-La vela es mía - replicó él-. La compré con mi dinero.

Dashutka dio unas cuantas vueltas y no tardó en dormirse de nuevo. Matvei siguió aún largo rato, pues no tenía sueño, y, al terminar la última página, sacó del baúl un lápiz y escribió en la primera: «Yo, Matvei Teréjov, he leído este libro y creo que es el mejor de los que he leído nunca, por lo cual expreso mi gratitud a Kuzmá Nikoláievich Zhúkov, suboficial de la gendarmería de la Dirección de Ferrocarriles, propietario de este inapreciable libro.»

Para él era un deber de cortesía hacer tales anotaciones en los libros que le prestaban.

 
Páginas 1  (2) 
 
 
Consiga Un asesinato de Anton Chéjov en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Un asesinato de Anton Chéjov   Un asesinato
de Anton Chéjov

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2025 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com