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Los Uranistas
En el principio, las narraciones cumplían el único objetivo de recrear lo vivido durante la jornada, cosa sumamente loable. Por la noche, cuando la tribu se sentaba a descansar alrededor de la hoguera, era importante que alguien narrara los hechos ocurridos para corroborar su existencia. Pronto hubo hombres que funcionaron como espejos de los demás. A ellos se les daban de comer las mejores ranas y los trozos más tiernos del venado; a veces los llevaban a la cacería protegiéndolos con un talismán al que atribuían el poder de la invisibilidad. Pero un día, no sé cuándo exactamente, el escritor primitivo debió aburrirse de repetir siempre las mismas historias: monotonía del cazador furtivo, repetición del gliptodonte sacudiendo su torpe cola. ¡Y siempre la misma expresión de bobo azoro en las carotas de su público! Y además otra cosa: un día debió temer, el escritor, que los miembros de la tribu descubrieran su fraude y lo asaran por farsante. Se me ocurre que aquel hombre entonces descubrió, inventó digo, el encanto de la trama.
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Quién, que no era yo, te había marcado el cuello de esa forma
de Alejandro Margulis
ediciones Voyeur
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