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Supongamos ahora que la nueva modalidad perdurase durante varios milenios. Y que en ella se basaran los griegos para crear su compleja dramaturgia. Y luego los romanos, y los nórdicos, y los eslavos. ¡Nadie podría negar que Shakespeare abrevó en esas mismas fuentes! La historia habría seguido después en ramas, retornando a la especificidad perdida.
Así y todo me gusta pensar un accidente posible capaz de modificar todo este andamiaje. Un día, imagino, llega un hombre de otra tribu y fuerza a una de las niñas para acoplarse con ella. Cuando descubre que bajo su cuerpo hay un cadáver poco gozoso lo hace a un lado bruscamente y huye. Por la mañana, los hombres domesticados encuentran a la niña, notan las marcas que dejó el extranjero sobre su piel y sobre la arena; salen enfurecidos a darle caza. El narrador habrá procurado detenerlos con odas y canciones (descubrimiento casual del soneto) pero su discurso resulta impotente frente a la brutalidad desatada.
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Quién, que no era yo, te había marcado el cuello de esa forma
de Alejandro Margulis
ediciones Voyeur
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