Aprendí a nadar. Pesqué casi
todos los días, porque de ello sacaba luego provecho.
Gradualmente mis recuerdos
habíanme llevado a los momentos entonces presentes. Volví a pensar en lo hermoso
que sería irse, pero esa misma idea se desvanecía en la tarde, en cuyo silencio
el crepúsculo comenzaba a suspender sus primeras sombras.
El barro de las orillas y las
barrancas habíanse vuelto de color violeta. Las toscas costeras exhalaban como
un resplandor de metal. Las aguas del río hiciéronse frías a mis ojos y los
reflejos de las cosas en la superficie serenada, tenían más color que las cosas
mismas. El cielo se alejaba. Mudábanse los tintes áureos de las nubes en rojos,
los rojos en pardos.