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La calle fue mi paraíso, la casa
mi tortura; todo cuanto comencé a ganar en simpatías afuera, lo convertí en odio
para mis tías. Me hice ladino. Ya no tenía vergüenza de entrar en el hotel a
conversar con los copetudos, que se reunían a la mañana y a la tarde para una
partida de tute o de truco. Me hice familiar de la peluquería, donde se oyen las
noticias de más actualidad, y llegué pronto a conocer a las personas como a las
cosas. No había requiebro ni guasada que no hallara un lugar en mi cabeza, de
modo que fui una especie de archivo que los mayores se entretenían en revolver
con algún puyazo, para oírme largar el brulote.
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Don Segundo Sombra
de Ricardo Güiraldes
ediciones elaleph.com
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