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Amarás a tu prójimo como a ti mismo
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1918; Mc 1231
CAPÍTULO I
La llegada
El boeing 727 de Mexicana de Aviación procedente de
Houston, Texas, aterrizó con puntualidad a las 14:30 del viernes 27 de
septiembre de 1968, a pesar de la llovizna que caía sobre el Aeropuerto
Internacional de la ciudad de México. Mientras el avión rodaba por la pista
mojada rumbo a la zona de desembarque, Howard Hoffmann, un hombre atlético de
raza negra y casi dos metros de estatura, se desperezaba tallándose los ojos con
el dorso de las manos en medio del murmullo de los pasajeros, quienes se
preparaban para bajar de la nave, algunos sonrientes y conversadores, y otros
indiferentes o fastidiados. Por la ventanilla se percibía un paisaje de tono
castaño, nubes bajas, y un suelo con manchas oscuras como la piel de los
jaguares. Ronald Wynne, su jefe inmediato, le había ordenado trasladarse a la
ciudad de México sólo doce horas antes, pero él siempre estaba preparado para
cualquier eventualidad como profesional de la Agencia Central de Inteligencia
(CIA) de Estados Unidos. Tenía ya cuatro meses sin misión, desde que eliminó a
un alto jefe musulmán de un certero tiro en la cabeza cuando éste se dirigía al
Aeropuerto Internacional de Beirut. Detestaba esa sensación de temor que le
producían las nuevas misiones: su suerte podría cambiar en cualquier momento.
Sabía, por la naturaleza de su trabajo, que su país lo desconocería en caso de
ser detenido. La muerte podría ser cruel después de las más despiadadas
torturas, lo cual dependía de la clase de país que lo capturara. La Compañía,
como le nombraban, lo reclutó porque era necesario tener individuos de todas las
razas; sobre todo, quienes hubieran mostrado sangre fría y excelente puntería
para cumplir sus misiones sin cargo de conciencia. Lo encuadraron como
francotirador en operaciones clandestinas.
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