Llegó
al hotel y, tras identificarse, le asignaron la habitación 306 del tercer piso.
Subió enseguida por una estrecha escalera de alfombra verde, guiado por un
botones quien cargaba las maletas; las dejó en la habitación, y Hoffmann lo
despidió con un dólar de propina. Cerró y comenzó a inspeccionar. Había una
ventana por donde se filtraba la luz mortecina de la tarde a través de una
cortina transparente de encaje color crema. El silencio contrastaba con el
bullicio de la ciudad y la penumbra le daba un halo de placidez. Abrió las
maletas, colgó en el clóset las camisas y los pantalones, colocó su ropa
interior en un cajón y guardó las maletas en el anaquel de dicho clóset. Después
decidió recostarse un momento: los alimentos que había ingerido en el avión le
causaron modorra.
A
las cuatro de la tarde, llamaron a la puerta. Se incorporó precipitado tratando
de encontrar su arma, pero no la traía porque se la hubieran requisado en la
aduana. Se acercó con cuidado y se detuvo a un lado de la puerta.
-¿Quién?
-preguntó con aspereza.
-Estoy
encargado de la sección de atletismo del Houston
Sports.
Recordó
lo que le había dicho su jefe Ronald Wynne: «Cuando llegues a México, tu
contacto se va a identificar como el encargado de la sección de atletismo del
Houston Sports.» Con esa confianza abrió. Un individuo moreno, de amplio
torso y estatura media, sonrió y saludó en inglés: «Hola, que tal.» Hoffmann lo
invitó a pasar. Era un latino con corte de pelo militar, saco sport de cuadros
color café, pantalones negros y una camisa azul cielo, sin corbata. Traía
colgado del hombro un bolso gris de fotógrafo y en la mano un portafolios de
cuero negro con candado de combinación.
-Hay
manifestaciones por toda la ciudad -comentó al entrar.
-Eso
parece. Acabo de llegar.
-Los
estudiantes están quemando camiones y trolebuses por diversos rumbos de la
ciudad.
Hoffmann
evitaba los diálogos largos, así que sacó del bolsillo de su camisa un trozo de
cuatro o cinco centímetros de una tarjeta postal de Houston. El visitante
también extrajo de su bolsillo un fragmento similar. Los dos trozos coincidían a
la perfección, haciendo innecesaria toda comprobación ulterior. El latino
depositó el portafolios y el bolso sobre la cama. Enseguida acercó una silla y
tomó asiento, mientras Hoffmann permaneció de pie.
-Mi
nombre es Robert Sanchez y soy originario de Los Ángeles -aclaró, acompañando lo
expresado con el movimiento de las manos como si estuviera pronunciando un
discurso; por tal motivo, sus compañeros lo apodaban el Orador-. Estoy aquí
comisionado por la Agencia para apoyar en la seguridad de nuestros compatriotas
que van a venir a la olimpiada. Llevo ocho meses aquí para mexicanizar mi
español; sobre todo, para imitar la jerga militar. De ahí mi enlace con algunos
jefes y oficiales del cuerpo de guardias presidenciales, así como con algunos
agentes de la Dirección Federal de Seguridad o DFS, dependencia de la Secretaría
de Gobernación. Apréndetelos, porque los vamos a estar usando.