Le
entregó a Hoffmann un sobre tamaño oficio que sacó del compartimiento oculto del
portafolios y una buena cantidad de dinero mexicano. Además, le dejó el bolso
gris que contenía una cámara fotográfica Canon con sus accesorios y veinte
rollos de película virgen.
-Puedes
llamarme Bobby, así me siento más en confianza, porque yo voy a ser tu contacto
durante el tiempo que permanezcas aquí. Por lo pronto, te informo que mañana
vamos a tener una reunión a las diez de la mañana en la embajada. Le dices a
cualquier taxista y él te lleva. Allí preguntas por John Dukes, uno de los
ayudantes del primer secretario. Él te llevará con nosotros.
Hoffmann
asintió sin objeciones: sabía que los lugares seguros debían mantenerse en
secreto, y por ningún motivo mencionar su ubicación más allá de las personas
autorizadas.
Cuando
se despidieron, constató que tenía razón al identificar el acento californiano
de Sanchez, muy distinto a su inglés tejano.
Abrió
el sobre y extrajo los documentos que contenía, los cuales llevaban el sello
«Top Secret». Se sentó en la cama y empezó a leer. En ellos le informaban de los
resultados de la Conferencia Tricontinental celebrada en La Habana en enero de
1966, donde los participantes concluyeron que existía un incremento de
dictaduras militares propiciadas por las oligarquías capitalistas, quienes a su
vez impedían el desarrollo de organizaciones políticas, populares e
independientes, estableciéndose así un injusto reparto de la riqueza. Para
revertir tal situación se sugería acrecentar la fuerza política y numérica del
socialismo, y vigorizar a los Movimientos de Liberación Nacional. A dicha
reunión habían acudido estudiantes y catedráticos mexicanos, quienes venían
atizando el movimiento estudiantil en México para desatar una lucha armada que
llevara a los comunistas al poder. Además, contenía un informe de la Oficina
Federal de Investigaciones (FBI), donde se afirmaba que se había realizado un
intenso acopio de armas por parte del Partido Comunista mexicano, hecho que se
filtró de su XV Congreso de 1967.
Se
mencionaba el firme conocimiento de que había varios comunistas mexicanos bien
identificados agitando el movimiento estudiantil. Querían tomar el poder
soliviantados tanto por la invasión soviética de Checoslovaquia el 20 de agosto
de 1968, acción obligada -según el revisionismo soviético- por el libertinaje
capitalista al cual venía cediendo Praga, como por el conocimiento de que el 30
de ese mismo mes, Cuba había infiltrado explosivos y armas soviéticas por
Veracruz, tales como el rifle de asalto AK-47. Pretendían que el movimiento
estudiantil creciera hasta el grado de poder armar un buen contingente de
estudiantes, obreros y campesinos, aunque fuera por leva, y realizar actos de
sabotaje como destruir refinerías, depósitos de gasolina, plantas eléctricas,
aeropuertos, vías férreas, instalaciones navales, puentes y otros puntos
estratégicos, para distraer y debilitar al gobierno. Por otra parte, se tenía
conocimiento de que pretendían venir elementos subversivos del Partido de los
Panteras Negras, del National Lawyers Guild y de la nueva izquierda de
Estados Unidos; y de apoyos económicos otorgados por estadounidenses con la
ingenua intención de que se suspendieran los Juegos Olímpicos en México y se
llevaran a Detroit.