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También
se le notificaba que el presidente Gustavo Díaz Ordaz sólo tenía interés en
preservar su buen nombre ante la historia de México y la continuidad en el poder
del Partido Revolucionario Institucional, sin importarle el destino de la
democracia y la libertad del pueblo estadounidense; es decir, sus acciones
diplomáticas estaban encaminadas a demostrarnos la posición neutral de
México, y por tanto, rechazaría la injerencia de cualquier potencia extranjera.
En abril recibió al embajador de Vietnam del Norte en Cuba; en mayo, Alfonso
Corona del Rosal, jefe del Departamento del Distrito Federal, recibió al alcalde
de Moscú; y a finales de mayo, el presidente recibió a los dirigentes del
Partido Comunista. Todo indicaba que Gustavo Díaz Ordaz y el secretario de la
Defensa Nacional, general Marcelino García Barragán, dudaban en dar órdenes
terminantes como sería la aplicación de la ley marcial y la toma permanente de
las instalaciones de educación superior que se encontraban ocupadas desde el
pasado 18 de septiembre por efectivos del ejército, y pretendían restituirlas a
las autoridades educativas correspondientes en los próximos días. Era necesario
que continuara el apoyo de las fuerzas armadas a la policía metropolitana que se
hallaba mal equipada para contener el vandalismo de los extremistas. El ejército
tampoco tenía equipo antidisturbios, pero contaba con armas cortas y largas,
carros blindados para cuatro elementos, con dos ametralladoras de calibre 30 y
un cañón de 37 milímetros, y jeeps con ametralladoras de calibre 50, lo que
podría terminar con la muerte de los sediciosos si decidían enfrentarse, acto
contundente que sería un ejemplo de persuasión.
A
las siete de la noche, Hoffmann subió con el bolso y la cámara fotográfica a la
cafetería El Mirador del hotel, con la intención de que lo vieran como fotógrafo
de prensa. Ordenó un asado, un café con crema y pan tostado con mermelada de
fresa. Después, sin soltar los papeles, salió a la terraza para observar el
Zócalo o Plaza de la Constitución. Había grupos de jóvenes corriendo por la
plaza, y otros que llenaban por completo autobuses urbanos gritando consignas
que le eran incomprensibles por desconocer el español. Obtuvo algunas
fotografías con la Canon, tratando de abarcar todos los puntos que pudieran ser
de importancia estratégica. Después guardó la cámara en su estuche y regresó a
la mesa. Y mientras cenaba, continuó leyendo los
documentos.
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Consiga La CIA en Tlatelolco de Manuel Calleros Pavón en esta página.
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