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Ya que, partiendo de nuestras convenciones sociales y no
apartándose nunca de esta veneración que se nos inculca en la infancia,
desgraciadamente ocurre que, por la inmoralidad de los demás, no importa el bien
que practiquemos, nunca hallemos más que espinas, mientras que los malos no
recogen más que rosas, ¿no calcularán las gentes privadas de un fondo de virtud
lo bastante sólido como para situarse por encima de las reflexiones que suscitan
estas tristes circunstancias, que entonces vale más abandonarse a la corriente
que resistirse a élla? ¿No dirán que la virtud, por hermosa que sea, cuando
desgraciadamente resulta demasiado débil para luchar contra el vicio, se
convierte en el peor partido que pueda tomarse, y que en un siglo enteramente
corrompido, lo más seguro es hacer como todos? Un poco más instruidos, si se
quiere, y abusando de las luces que han adquirido ¿no dirán, con el ángel
Jesrad de Zadig, que no hay mal que por bien no venga? ¿No
añadirán a esto por su cuenta que, puesto que en la constitución imperfecta de
nuestro perjuro mundo hay una suma de males igual a la del bien, es esencial
para la conservación del equilibrio que haya tantos buenos como malos, y que
según esto, el plan general le es indiferente que éste o aquél sea
preferentemente bueno o malo? ¿Que si la desgracia persigue a la virtud, y la
prosperidad acompaña casi siempre al vicio, siendo la cosa indiferente a los
designios de la naturaleza, vale infinitamente más formar entre los malos que
prosperan que entre los honestos que perecen? Es, pues, importante atajar estos
peligrosos sofismas de la filosofía, es esencial hacer ver que los ejemplos de
la virtud desgraciada, presentados a un alma corrompida en la que aún quedan,
sin embargo, algunos buenos principios, pueden llevar a esa alma al bien, con
tanta seguridad como si se le hubieran ofrecido en el sendero de la virtud las
más brillantes palmas y las más melifluas recompensas. Resulta sin duda cruel
tener que pintar una multitud de desgracias, que abruman a la mujer dulce y
sensible que más respeta la virtud, y de otra parte, la más brillante fortuna,
en la que durante toda su vida la desprecia; pero si, sin embargo, del esbozo de
estos dos cuadros, algunos vigorosos y otros cínicos, nace un bien, ¿habrá que
reprocharse el habérselos ofrecido al público?, ¿podrá sentirse remordimiento
por haber establecido un hecho del que para el lector que lee con fruición se
deduzca la tan filosófica lección de la sumisión a las leyes de la providencia,
parte del desarrollo de sus más secretos enigmas y la fatal advertencia de que
con frecuencia el cielo no golpea a los seres que a nuestro lado parecen haber
mejor cumplido su deber, sino para recordarnos el
nuestro? |
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Los Infortunios de la Virtud
de Marqués de Sade
ediciones Voyeur
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