-¿Por qué?
-Porque el bastón, aunque cuando lo compraron fuera muy
hermoso, está tan estropeado que no creo que ningún médico de Londres lo
llevaría. La contera está también muy desgastada, lo que hace suponer que ha
andado mucho con él.
-Perfectamente -dijo Holmes.
-Por otra parte, hay que fijarse en estas letras C. C. H. me
figuro que serán las iniciales de alguna sociedad, cuyos individuos le hicieron
esta regalo en agradecimiento de algún servicio facultativo.
-No podemos menos que reconocer, Watson -dijo Holmes animándose
un poco-, que se excede. Siempre que ha escrito usted sobre mis insignificantes
obras ha hecho caso omiso de sus habilidades. No es usted muy luminoso, pero en
cambio es un buen conductor de luz. Hay personas que, sin ser un genio, tienen
una manera especial de estimular el genio de los demás. Reconozco con franqueza,
querido amigo, que en esta ocasión debo a usted mucho.
Jamás me había Holmes ensalzado tanto, y sentí verdadera
satisfacción al oír sus palabras.
Más de una vez me había molestado la indiferencia con que
respondía a la admiración que yo sentía por él, lo mismo que a cuantas
tentativas hice para dar publicidad a sus métodos. He de confesar, además, que
me sentía orgulloso considerando que me había impuesto en su sistema lo
suficiente para aplicarlo de modo que mereciese su aprobación.
Tomó Sherlock el bastón de mis manos y lo examinó
detenidamente. Luego, haciendo un gesto de impaciencia, dejó el cigarrillo, y
con el bastón en la diestra se acercó al balcón, donde volvió a reconocerlo con
la lenta convexa.
-Es interesante -observó-. Pero muy elemental.
Y volvió a su rincón preferido del sofá.