Luego vino la niebla: niebla y nieve,
y horriblemente intenso se hizo el frío,
y los témpanos, altos como el mástil,
flanqueaban de esmeraldas el navío.
Farallones nevados, undulantes,
emitían un lúgubre destello;
no distinguíamos forma de hombre o bestia:
hielo por todas partes, hielo, hielo;
hielo aquí, hielo allí y hielo en torno
que se raja, que cruje, aúlla, zumba,
que busca eco en el silencio hueco
como un ruido oído en una tumba.
Y he aquí que un Albatros, de repente,
cruzando niebla hacia nosotros vino:
como a un alma cristiana lo esperamos
y en el nombre de Dios lo recibimos.