Comió lo que jamás había comido
y después voló en torno de la nave;
entonces, con un trueno, se abrió el hielo
y el piloto al través pudo internarse.
Luego el buen viento sur sopló de popa.
El Albatros, sereno, nos seguía
y al "hola" marinero se acercaba a comer,
o a jugar, todos los días.
Entre nubes y nieblas, sobre el mástil,
o en las velas pasó nueve veladas,
y la luna, de noche, entre la niebla
como humo blanco, blanca fulguraba.
-¡Dios te proteja, Viejo Marinero,
del demonio que tanto te atormenta!
¿Por qué miras así? -¡Ayl ¡Al
Albatros
maté con mi ballesta