[Capítulo I]
Los viajeros tomaron el camino indicado en las instrucciones y encontraron felizmente los límites de la provincia en que debían ver tantas cosas notables; en primer término, observaron una comarca fertilísima, favorable en las suaves colinas a la agricultura; en las altas montañas, a la cría de ovejas; en los amplios valles, a la de ganado vacuno. Era poco antes de la recolección, y todo se hallaba en la mayor abundancia; lo que les causó mayor admiración fue no ver trabajando ni hombres ni mujeres, sino únicamente muchachos y adolescentes, que se disponían a recoger una feliz cosecha y apresuraban los preparativos de una fiesta de recolección alegre. Saludaron a unos y a otros, y preguntaron por el Superior, pero no les pudieron dar ninguna razón de su morada. La dirección de su carta decía: «Al Superior o a los Tres.» Tampoco pudieron informarles de esto los muchachos; se les envió a un inspector que se disponía a montar a caballo; le indicaron sus propósitos; pareció agradarle la ingenuidad de Félix, y cabalgaron juntos camino abajo.
Había observado ya Guillermo que reinaba una gran variedad en la hechura y en los colores de los vestidos lo cual daba un aspecto singular a este pequeño pueblo; iba a preguntar la razón de ello a su acompañante, cuando apercibió una cosa más prodigiosa aún: todos los niños, cualquiera que fuese su ocupación, la dejaban y se volvían a los caballeros con actitudes particulares, pero diferentes. Los más jóvenes cruzaban los brazos sobre el pecho y miraban alegres al cielo; los medianos colocaban los brazos a la espalda, y miraban sonriendo a la tierra; los terceros permanecían en una actitud decidida y resuelta, con los brazos caídos, volvían la cabeza hacia el lado derecho y se colocaban en fila, mientras que los demás quedaban aisladamente donde se encontraban.
Se hizo alto y se desmontó en un sitio donde varios niños se colocaban en diferentes posturas, y fueron inspeccionados por el superior; Guillermo preguntó cuál era la significación de estas actitudes. Félix le interrumpió y le dijo alegremente: -¿Qué postura tengo que tomar? -En todo momento -respondió el inspector- colocad primero los brazos al pecho y mirad hacia arriba seria y alegremente a la vez, sin apartar la vista. -El niño obedeció, pero pronto exclamó: -Esto no me gusta demasiado; no veo nada allá arriba; ¿dura mucho? ¡Ah!, sí -prosiguió alegre-, un par de gavilanes vuela de Oeste a Este; ¿es una buena señal? Según como lo tomes y según como te comportes; ahora mézclate entre estos niños.
Hizo una señal; los niños abandonaron sus actitudes y volvieron a tomar sus ocupaciones o jugaron como antes.
-¿Podríais y querríais explicarme -dijo Guillermo- lo que causa mi asombro? Veo claramente que estas actitudes, estas posturas son los saludos con que se os recibe. Exactamente, repuso aquél; son saludos que me indican al instante el grado de educación en que se halla cualquiera de estos muchachos.