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PRÓLOGO
Este prólogo será heterodoxo, dado que soy,
esencialmente, un heterodoxo. Soy heterodoxo en muchas materias. Contra el
parecer de toda Alemania y de todas las universidades del orbe, diré que
Heinrich Heine es, para mí, el primer poeta alemán, como
también lo es Hölderlin. Robert Louis Stevenson fue más
lejos; En algún lugar de su vasta obra, que no puedo fijar ahora pero que
recuerdo con precisión, dejó escrito que Heine es el más
perfecto de todos los poetas. Goethe y Nietzsche fueron sin duda más
complejos y más dignos de análisis, pero la poesía los
visitó con menos frecuencia. El Fausto y el Also sprach Zarathustra me
parecen ejemplos evidentes del chef d’ oevre manqué.
Con Israel y con Alemania, Heine tuvo la mejor relación
que puede tenerse con un país: la nostalgia. Más intensa es la voz
en alemán, die Sehnsucht. Israel, que fue un vasto sueño
poético de las generaciones del exilio y de la diáspora, es ahora
un estado, con las limitaciones y las minucias de todo estado. En Francia, que
también fue su patria, Heine soñaba con Israel y con Alemania. El
testimonio más famoso de los sueños que le sugirió la
primera, es, a no dudarlo, el de las Melodías Hebreas; el amor de
Alemania está disperso en toda su obra, en la que asume formas
cambiantes, sin excluir la ironía. Alemania dio a Heine los temas
esenciales de su retórica: El pino, el ruiseñor, el Rhin, la
leyenda, el sentido mágico de las noches y de los días y de la
silenciosa naturaleza.
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Alemania, cuento de invierno
de Heinrich Heine
ediciones elaleph.com
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