En la soledad tengo el hábito de escandir, en incierto
alemán, estrofas de Heine. Suelen ser las que me revelaron, hacia 1916 en
Ginebra, ese infinito idioma. Otros me fueron dados por la sangre o por el azar.
Dos vastas sombras, Schopenhauer y Carlyle, me condujeron al estudio del
alemán. Lo emprendí del modo más grato que cabe imaginar:
la lectura del Buchder. Lieder.
La poesía no es menos misteriosa que la música.
Quizá lo es más, ya que cada palabra tiene su música y,
asimismo, las delicadas y preciosas connotaciones con que el tiempo fue
enriqueciéndola. Al cabo de mis muchos años, he dado en sospechar
que la entonación, la voz del poeta, es lo esencial de la poesía,
no la metáfora o la fábula. En este libro, que tengo la
alegría de prolongar, oímos en castellano la voz de Heine. La
empresa es ardua, ya que el alemán y el castellano son tan distintos. A
priori, se diría que es imposible. Mi amigo Alfredo Bauer lo ha logrado.
Su traducción es fiel al sentido y fiel a la forma. No pensamos, al
recorrerla, en las equivalencias que proponen los diccionarios; pensamos que ha
surgido en castellano, directamente.
Buenos Aires, diecinueve de febrero de 1983.
JORGE LUIS BORGES