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Desde entonces se cuenta que ni bien traspusieron la entrada de la cueva, y antes de ingresar al socavón, tuvieron que besar el trasero de un carnero y llevar chicha y tamales envueltos de chala como ofrenda para entregar en la orgía a todos los participantes que se reunían una vez más para adorar a los demonios, con el máximo de los respetos.
Hay quienes dicen que escucharon contar que padre e hijo, sumisos y en silencio, habían ido a buscar riquezas que le podían cambiar el futuro, pero sin saber qué alto iba a ser el precio que tendrían que pagar.
Los viejos que se reúnen alrededor de los fogones aseguran que los Melipan deben haber aspirado los vapores de azufre, los olores del mal, que impregnan el interior de la guarida de La Salamanca. Y agregan que deben haberse unido al ritual de invocación a Mandinga que hacen las brujas y las almas condenadas que vagan entre lo cerros en las noches de luna llena. Otros aseguran que debieron haberse unido a los demonios para cantar y bailar con ellos.
Lo que no saben es que bastó un instante –y fue suficiente– para que perdieran el sentido con el desenfreno de la música, las bestiales carcajadas y los cánticos diabólicos de ese baraúnda del mal, y que también perdieron el sentido del tiempo y se unieron al aquelarre, moviéndose como marionetas, sin que se les notara el cansancio que sentían después de varios días sin dormir.
Tampoco nadie puede contar que, entre tantos participantes de la orgía, se perdieron y ya no volvieron a reconocerse. Lo que sí todos en el pueblo pueden asegurar es que los que volvieron ni eran ni parecían los mismos que se fueron, y que si iban a buscar poderes de percepción del futuro, el don de la oratoria, la habilidad del canto y el baile y los míticos tesoros que se conservan en La Salamanca, no los encontraron. Si los Melipan –padre e hijo–, pudieran recordar y contar lo sucedido, dirían que no era posible conseguirlo, sin firmar antes un pacto con el diablo, que siempre hace trampas.
Pero nadie sospechó siquiera lo que habían vivido, ni que todo fue inútil, porque en La Salamanca no consiguieron dones, ni poderes especiales, ni tesoros, ni nada de lo que creyeron que iban a traer al regreso de ese viaje de pesadilla. Lo único que consiguieron fue que les quitaran el alma.

 
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Trazando historias desordenadas de Graciela Fioretti   Trazando historias desordenadas
de Graciela Fioretti

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