El Director estaba rodeado por mujeres que le instaban a que
admitiera a sus hijos, no matriculados por falta de espacio. Me pareció que
tenía la barba algo más canosa que el año pasado. Encontré a algunos chicos más
altos y fuertes que al terminar el curso.
En la planta baja ya se había hecho la distribución de los
escolares; había pequeñines que no querían entrar en el aula y se encabritaban
como potrillos, debiéndoseles forzar para que pasasen al interior; pero algunos
se escapaban de los bancos que les habían asignado y otros rompían a llorar en
cuanto sus padres o acompañantes se marchaban, quienes volvían para consolarlos
o hacerlos sentar nuevamente. Con esto las maestras se desesperaban. Mi
hermanito se quedó en la clase de la maestra Delcati, y yo en la del maestro
Perboni, situada en el piso principal.
A las diez todos estábamos en nuestros sitios respectivos. En
mi clase éramos cincuenta y cuatro, pero apenas quince o dieciséis habían sido
compañeros míos el curso anterior, figurando entre ellos Derossi, el que siempre
obtenía las mejores notas y acaparaba el primer premio.
Pensando en los bosques y en las montañas por donde me había
solazado el verano, me parecía muy pequeño y triste el recinto escolar. También
me acordaba con pena de mi anterior maestro, tan bueno y alegre y tan bajo que
casi parecía uno de nosotros; sentía no verlo delante de mí con su cabeza rubia
de pelo enmarañado.
Nuestro actual maestro es alto. No se deja la barba; tiene el
pelo bastante largo y gris, aunque bien peinado, y una arruga recta en la
frente; su voz es algo ronca. Nos mira fijamente uno a uno, como queriendo leer
en nuestro interior. En ningún momento le he visto reír.
Esta mañana decía para mí: «Es el primer día. Tengo nueve meses
por delante. ¡Cuántos trabajos, cuántos exámenes mensuales he de realizar!»
Sentía verdadera necesidad de ver a mi madre y, al salir, he corrido a besarla.
Ella, para tranquilizarme, me ha dicho:
-No te apures, Enrique. Estudiaremos los dos juntos.
Al entrar en casa ya estaba mucho más contento. Pero no tengo
el mismo maestro, ese tan buenazo y siempre sonriente. Por eso no me ha gustado,
de primeras, la escuela tanto como antes. Veremos lo que ocurre este
año.