-Sobre todo cuando una de esas dos personas es muy antojadiza y
fastidiosa dijo Emma bromeando-; ya sé que esto es lo que está pensando... y que
sin duda es lo que diría si no estuviera delante mi padre.
-Lo cierto, querida, es que creo que esto es la pura verdad
-dijo el señor Woodhouse suspirando-; temo que a veces soy muy antojadizo y
fastidioso.
-¡Papá querido! ¡No vas a pensar que me refería a ti, o que el
señor Knightley te aludía! ¡A quién se le ocurre semejante cosa! ¡Oh, no! Yo me
refería a mí misma. Ya sabes que al señor Knightley le gusta sacar a relucir
defectos míos...
en broma... todo es en broma. Siempre nos decimos mutuamente
todo lo que queremos.
Efectivamente, el señor Knightley era una de las pocas personas
que podía ver defectos en Emma Woodhouse, y la única que le hablaba de ellos; y
aunque eso a Emma no le era muy grato, sabía que a su padre aún se lo era mucho
menos, y que le costaba mucho llegar a sospechar que hubiera alguien que no la
considerase perfecta.
-Emma sabe que yo nunca la adulo -dijo el señor Knightley-,
pero no me refería a nadie en concreto. La señorita Taylor estaba acostumbrada a
tener que complacer a dos personas; ahora no tendrá que complacer más que a una.
Por lo tanto hay más posibilidades de que salga ganando con el cambio.
-Bueno -dijo Emma, deseosa de cambiar de conversación-, usted
quiere que le hablemos de la boda, y yo lo haré con mucho gusto, porque todos
nos portamos admirablemente. Todo el mundo fue puntual, todo el mundo lucía las
mejores galas... No se vio ni una sola lágrima, y apenas alguna cara larga. ¡Oh,
no! Todos sabíamos que íbamos a vivir sólo a media milla de distancia, y
estábamos seguros de vernos todos los días.
-Mi querida Emma lo sobrelleva todo muy bien -dijo su padre-;
pero, señor Knightley, la verdad es que ha sentido mucho perder a la pobre
señorita Taylor, y estoy seguro de que la echará de menos más de lo que se
cree.