Prólogo
Durante siglos, las sociedades humanas se
han construido sobre la base de mitos surgidos a partir de algún acontecimiento
real y trascendente que quedó grabado en la memoria de la comunidad. Desde un
primer momento a ese hecho importante se lo embelleció para que fuera más
atractivo a las generaciones futuras y, con el paso del tiempo, se convirtiera
en algo legendario.
De igual modo, personas ambiciosas de poder
y de gloria no vacilaron en seducir a las masas para lograr sus anhelos. Así nos
encontramos con que, en gran parte de su existencia, la humanidad ha construido
su historia a partir de las ilusiones del engaño. Han sido ficciones creadoras
las que gestaron el pasado heroico de muchas naciones, entre ellas la Argentina.
Así nuestra historiografía ha estado ligada a las tendencias políticas de los
historiadores, que han sido siempre militantes partidarios.
A mí no me gustan las ficciones ni los
mitos históricos argentinos. Nuestra Historia auténtica es hermosa y en ella
tenemos ejemplos de heroísmo y de amor a la Patria tan admirables, que no es
necesario deformar o exagerar los hechos para que nos sintamos orgullosos de ser
argentinos. En cuanto a nuestros próceres, ellos eran seres humanos de carne y
hueso, en algunos aspectos quizás mejores que muchos de nosotros, en otros, tal
vez no tanto. No es necesario canonizar a algunos de ellos y enlodar a otros.
Los argentinos tenemos que empezar a ser tolerantes, a reconocer que cada uno de
nosotros puede ser parte de la verdad, porque la verdad de cada uno no es
absoluta.