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1. La sangre derramada
Es 13 de diciembre de 1828 y hace un calor
sofocante en el pueblo bonaerense de Navarro. Un hombre vestido con una chaqueta
de tela escocesa, que tiene su cabeza levemente inclinada hacia uno de sus
lados, producto de una herida ocasionada en un combate por la libertad de los
argentinos, conversa con el cura Juan José Castañar. Ese hombre es el Coronel
Manuel Dorrego, condenado a muerte por orden del General Lavalle.
Con convicción le explica a su confesor: "No hay remedio,
mis enemigos van a sacrificarme: Estos ciegos ministros de Teutates, el bárbaro
y cruel dios de la Guerra, piden a gritos mi sangre y ella correrá muy pronto,
pero no siento tanto mi muerte como el descrédito y los males que amenazan a
nuestra amada Patria. ¿Qué dirá el Emperador del Brasil, cuando sepa que ha sido
fusilado como un criminal el Jefe Supremo de un Estado, con quien acaba de
restablecer las mejores relaciones de amistad y de comercio, firmando una paz
que tanto me honra, aunque me cuesta la vida? ¿Qué dirán los señores ministros
extranjeros, que me han dispensado sus afectuosas consideraciones, cuando vean
que Las Leyes del país no protegen a un Gobernador que por respetarlas va a ser
sacrificado?Sé que la Ley es la que autoriza al magistrado y que ella es la
protectora de los desvalidos cuando se los oprime, porque el mayor de los abusos
es el del poder. Los pueblos esclavos no pueden tener
virtudes y sin ellas ni hay Patria, ni puede haber República. Pues la Anarquía y
la Arbitrariedad Despótica son hijas de un mismo padre: El Desprecio de la Ley.
Cuando la desprecia el súbdito se llama Anarquía. Cuando la desprecia el
superior: Despotismo, Arbitrariedad, Tiranía. Una y otra cosa tiene funestos
resultados, empero son peores, más duraderos, de mayor trascendencia los que
causa la Tiranía, porque es más poderosa, tiene más prosélitos y se cree más
impune.Sé muy bien que atropelladas las Leyes con impunidad y trastornadas las
formas legales por capricho, no hay Estado, no hay Libertad, no hay Patria;
porque nada queda donde no hay Gobierno. ¡Ah! ¡Si yo pudiera morir sin que se
resienta el crédito de la República y especialmente de este gran pueblo al que
debo mi existencia! ¡Si yo supiera que el borrón con que mis asesinos van a
manchar la Historia, habrá de caer solamente sobre su execrable conducta, al
menos ese consuelo me haría descansar en el sepulcro!"
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El Tribuno de la multitud - Tomo I: Un héroe argentino
de Argentino Veraz
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