Ante los portales de la Abadía
'.Hoy el hombre se olvida de los grandes interrogantes porque
disponemos de veinte tipos de yogur para no tener que hablar ni de Dios ni de la
muerte. Si no se habla de eso, si no hay angustia ante lo desconocido, no hay
filosofía ni gran creación artística posible.'
Andrei Markine, 1997
Puedo afirmar que aprendí a leer y a vivir gracias a la
literatura fantástica.
Un día -tendría por aquel entonces seis años y recién empezaba
la escuela- alguien tocó el timbre de mi casa, y yo no sabía en ese momento que
ese alguien me cambiaría la vida. Se trataba, simplemente, de un vendedor. Con
el tiempo fui olvidando su cara, y ni siquiera recuerdo si iba de traje o no.
Poco importa. Lo único que sé es que no era un vendedor cualquiera, ni tampoco
vendía cualquier cosa. Vendía libros. Libros a crédito.
Mi madre, después de regatear con el hombre, decidió hacer por
mí algo que me marcaría para siempre: le compró la colección completa de los
libros de un tal Monteiro Lobato.
Las páginas de este señor -José Bento Monteiro Lobato, según
supe más tarde, o maior escritor infantil brasileiro de todos os tempos-
estaban llenas de mitos de las selvas brasileñas y de ideas increíbles,
insólitas. ¡Ah, la muñeca Emilia manipulando sin querer la Llave del Tamaño!
¡Los seres humanos volviéndose ínfimos por culpa de ella, escapando para no ser
devorados por sus propias mascotas!
Yo me sumergía en esos libros con el deleite de quien se hunde
en una bañera tibia y extrañamente perfumada. Jamás había leído cosas
semejantes. Y, a medida que iba leyendo, experimentaba la sensación casi física
de que se me ensanchaba el mundo. Sí, eso es lo que sentí, si bien no podía
expresarlo con las palabras que encuentro ahora: el mundo se me ensanchaba y se
me ahondaba. Se resquebrajaban los límites de la realidad. Vislumbraba algo más
allá, más adentro. Algo que me aterrorizaba y fascinaba.
Y, con esa literatura, vino también la conciencia de lo
siniestro y de lo heroico, de la fragilidad, de la finitud de la vida, de lo que
acecha detrás de lo banal y de lo visible. Vino la conciencia de un más
allá, vino la intuición de la Gracia. Algunas historias me daban miedo, un
miedo inexpresable. Sin embargo, al poco tiempo descubrí que el libro que me
asustaba, a la vez me protegía del peligro. No me dormía tranquila si no me
había acomodado bien entre las sábanas, acorazada por las tapas duras de la
colección Robin Hood: si alguien -o algo, mejor dicho- viniese a
visitarme de noche para robarme el aliento, yo podría repelerlo con mi armadura
improvisada. Y eso es lo que los libros de aventuras y fantasía y terror y
misterio hicieron por mí a lo largo de los años. En cada página me
proporcionaron pasaportes a mundos más aromáticos, boletos para mil viajes -de
ida y vuelta, gracias a Dios- a bordo del tren fantasma.
Por eso mi entusiasmo cuando Marcelo di Marco me invitó a
formar parte del proyecto de La Abadía de Carfax: no sólo significaba
acompañarlo en una nueva propuesta creadora. Trabajar en el libro que ustedes
tienen en sus manos era meterme más de lleno en la apasionante trastienda de la
literatura de lo sobrenatural.
Fui conociendo en persona a cada uno de los escritores que
figuran en este libro. Sus intensos cuentos -hechos de la rara belleza de las
pesadillas, todos bien diferentes entre sí- hablarán por mí enseguida. Pero no
puedo dejar de mencionar el profesionalismo y la dedicación que han puesto todos
los autores. Seleccionar estas historias ha sido un verdadero placer.
Porque de eso se trata, del placer.
Los fenómenos que describe la literatura fantástica, al brotar
de entre los resquicios de la sólida realidad, nos recuerdan que hay algo más
allá de nuestras narices. Algo al acecho, como decíamos, listo para saltar sobre
nosotros en cuanto le demos una oportunidad. ¿Cómo renunciar al placer de tener
control, al menos por unas cuantas horas de entretenida lectura, sobre
semejantes fenómenos? Es muy liberador ver que los fantasmas más recónditos
salen a la luz.
Las parábolas del fantástico nos hablan de lo que siempre
cuesta hablar. Nos sirven en bandeja las preguntas más trascendentes del ser
humano. Mostrándonos nuestros corazones al desnudo, nos obligan a interrogarnos
sobre los temas esenciales, los que en verdad importan: Dios y el diablo,
redención y condena, identidad y deterioro, vida y muerte. Para decirlo de un
modo políticamente incorrecto, nos recuerdan la existencia de la batalla de las
luces contra lo tenebroso.
De manera, queridos lectores, que los invito a que me acompañen
en estos pasadizos oscuros. Atención: no sabemos a qué salida nos conducirán
tales laberintos. Pero sus puertas de entrada están a vuelta de página.
Atrévanse.
Nomi Pendzik
Buenos Aires, otoño de 2005.