Sergio Ivanovich olvidó su libro, sus decepciones, y se
consagró por entero a aquella gran tarea. A partir de aquel momento estuvo
ocupado constantemente y no le quedaba ni tiempo para contestar a las muchas
cartas y consultas que le dirigían.
Después de trabajar así la primavera y parte del estío, en
julio decidió ir a casa de su hermano.
Pensaba descansar un par de semanas en el mismo corazón del
pueblo, en una alejada campiña, para gozar del espectáculo de aquel despertar
del alma popular que él y todos los habitantes de las ciudades estaban
persuadidos de que existía.
Katavasov, que hacía tiempo quería cumplir la promesa dada a
Levin de visitarle en su pueblo, acompañó a Sergio Ivanovich en su
viaje.