En las mesas, los lugares son siempre los mismos para todos, yo me siento en
un costado cerca de la punta y a mi derecha se sienta el bueno de Félix. Él en
realidad no se llama así, nadie conoce su nombre verdadero, pero le pusimos ese
apodo por una bolsa vieja que siempre lleva con él y es parecida a la que
llevaba el personaje de caricatura que tanto disfrutábamos en nuestra infancia.
Su cuerpo es delgado y su nariz es una imitación del pico de una golondrina
marina; es muy gracioso verlo suspirar por que su nariz emite un sonido casi
hipnótico. Nunca supimos por qué estaba ahí. Algunos conjeturamos que es por su
apariencia, la cual sí da con el perfil de loco, pero por lo demás él es
totalmente natural, no demuestra ningún tipo de enfermedad crónica, como sí lo
demuestra el resto. Quizás, querer esquivar la soledad es el motivo de su
estadía.
Al lado de este buen hombre se sienta Igor, un piromaniaco, de grandes
valores cuando está lejos de un encendedor. Sus cejas y su porte son lo que más
se destaca de su apariencia, ¡es gigante! El más grande de nosotros en todo
aspecto. Enfrente de nosotros se sienta Tato, un famoso cuenta cuentos muy
alegre pero muy nervioso, tanto que si uno lo interrumpe en sus historias, se
pone nervioso y su piel se brota de tal forma que parece una cáscara de naranja.
Junto a él se encuentran Víctor y Samuel. Así está compuesta nuestra mesa,
las otras también tienen gente, pero no me interesa hablar de las otras, porque
no conozco a los integrantes.
Al terminar el almuerzo nos dirigimos al salón de actividades, el cual es
otro galpón parecido al comedor en tamaño pero sin nada adentro. No hay muebles
ni tampoco luz artificial. Allí pasamos nuestras tardes, sin hacer nada, solos
con nuestros problemas y nuestras mentes. Algunos creemos que la locura alcanza
su máxima expresión cuando el cerebro tiene tiempo de sobra, en esas condiciones
los mundos se confunden y nos condicionan, llenándonos de recuerdos y vivencias
que no son reales.
Muchas veces intentamos hablar y cantar alguna canción que nos haga parecer
humanos, pero pocas veces lo logramos. Los demonios blancos nos detectan y
asedian con sus garrotes; silencian nuestra libertad.
Pasadas varias horas, los vigilantes nos guían hasta nuestras piedras de
descanso, me refiero a las camas, las cuales se encuentran ordenadas en dos
filas enfrentadas, hay un pasillo entre las filas por el que se puede caminar.
Los carceleros se alejan tímidamente de nuestros semi-desnudos y fríos cuerpos
cuando el torturador superior o medico mental o como quieran llamarlo, nos
ordena a los gritos pararnos al pie de nuestras literas. Con una mirada rígida
observa todo el contexto y una vez que todo está en regla, nos dice:
-¡A
dormir!