DON DIEGO. - Y que siguió escribiéndome, aunque
algo perezoso, siempre con la data de Zaragoza.
SIMÓN. - Así es la verdad.
DON DIEGO. - Pues el pícaro no estaba allí cuando
me escribía tales cartas.
SIMÓN. - ¿Qué dice usted?
DON DIEGO. - Sí, señor. El día tres de
julio salió de mi casa, y a fines de septiembre aún no
había llegado a sus pabellones... ¿No te parece que para ir por la
posta hizo muy buena diligencia?
SIMÓN. - Tal vez se pondría malo en el camino, y
por no darle a usted pesadumbre...
DON DIEGO.- Nada de eso. Amores del señor oficial y
devaneos que le traen loco... Por ahí, en esas ciudades, puede que...
¿Quién sabe?... Si encuentra un par de ojos negros, ya es hombre
perdido... ¡No permita Dios que me le engañe alguna bribona de
estas que truecan el honor por el matrimonio!
SIMÓN. - ¡Oh! No hay que temer... Y si tropieza
con alguna fullera de amor, buenas cartas ha de tener para que le
engañe.