SIMÓN. - Yo, nada, señor.
DON DIEGO. - Y no pienses tú que a pesar de tantas
seguridades no aprovecho las ocasiones que se presentan para ir ganando su
amistad y su confianza, y lograr que se explique conmigo en absoluta libertad...
Bien que aún hay tiempo... Sólo que aquella doña Irene
siempre la interrumpe, todo se lo habla... Y es muy buena mujer...
SIMÓN. - En fin, señor; yo desearé que
salga como usted apetece.
DON DIEGO. - Sí. Yo espero en Dios que no ha de salir
mal. Aunque el novio no es muy de tu gusto... ¡Y qué fuera de
tiempo me recomendabas al tal sobrinito! ¿Sabes tú lo enfadado que
estoy con él?
SIMÓN. - ¿Pues qué ha hecho?
DON DIEGO. - Una de las suyas... Y hasta pocos días ha
no lo he sabido. El año pasado, ya lo viste, estuvo dos meses en
Madrid... Y me costó buen dinero la tal visita... En fin, es mi sobrino,
bien dado está; pero voy al asunto. Llegó el caso de irse a
Zaragoza su regimiento... Ya te acuerdas de que a muy pocos días de haber
salido de Madrid recibí la noticia de su llegada.
SIMÓN. - Sí, señor.