A pesar de Scooby Doo
Cuando Marcelo di
Marco me propuso encarar la segunda antología de los Cuentos
de la Abadía de Carfax, logró que me sintiera honrado, agradecido,
entusiasmado. Dado que conozco la obra de los integrantes de la Abadía, supe
desde el principio que me esperaba un trabajo gozosamente arduo -elegir un
único cuento de cada uno de ellos para la antología-, pero de resultado
seguro: con mantener a raya mi torpeza como antólogo, no habría otro desenlace
posible que el de lograr un libro de excelente calidad.
Desde luego, el proceso de lectura y selección de los cuentos y el
enriquecedor intercambio con los autores fueron motivando algunas reflexiones
acerca de este género que hoy, querido lector, nos trajo a ambos hasta aquí.
Más de una vez en todo este tiempo me pregunté por qué leo historias de
horror y fantasía, cuándo comencé a hacerlo, o qué significado tienen para mí.
El primer libro que recuerdo haber leído fue Mi planta de naranja-lima,
de José Mauro de Vasconcelos. Una historia que, excepto por la inmensa
imaginación de Zezé, el personaje principal, y por algunas menciones a leyendas
de un por entonces exótico Brasil, poco y nada tenía que la emparentara con el
género fantástico. Y mucho menos con el horror.