Eficaz por dos motivos. Primero, por su propósito: el plan de la literatura
de horror es hablar del Miedo. Ir derecho, al fondo, sin anestesia, a hablar del
Miedo. Que es a la vez único y universal. Es el miedo a lo desconocido, a lo
inexplicable. A lo extraordinario que se filtra en la ordinaria realidad. El
miedo al Otro, el miedo a Nosotros y, por qué no -Jekyll y Hyde mediante-,
también el miedo al Otro que habita en Nosotros.
Y segundo, eficaz por cercano, porque todos los seres humanos llevamos, como
un impredecible e inexplicable software funcionando desde siempre en la "memoria
rom", al género fantástico y de horror por excelencia: nuestras propias
pesadillas. Aun con sus caras conocidas y situaciones familiares, o tal vez
gracias a eso, ¿qué otra cosa son los sueños sino historias fantásticas?
¿Cuánto horror hemos visto en nuestras pesadillas, incluso antes de abrir el
primer libro de nuestra vida? ¿Acaso es muy descabellado pensar en los sueños,
esos relatos de horror y fantasía, como en un terreno desde el que crecieron
todos los mitos y las leyendas que fundan nuestra cultura? Yo creo que no.
Los autores que presento en esta segunda antología de los Cuentos de la
Abadía de Carfax me llevan a ese oscuro y húmedo y frío lugar que me negaba
el torpe gran danés. Porque todas las historias del libro, pobladas de seres
extraños, de almas perdidas -de este mundo y de otros mundos-, están ahí para
hablarme del Miedo. O sea, para hablarme de mí mismo, de los hombres, del
universo. Y de la gran batalla de la Luz contra las Sombras que ocurre desde
siempre dentro de nuestras almas.
Ariel Mazzeo
Noviembre de 2008.