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La Alameda, un magnífico paseo, rodeado de susurrantes árboles tropicales que alzan a gran altura sus umbrosas copas, se encuentra extramuros v constituye el límite de los arrabales. Comienza cerca de la prisión de Tacón y, del Castillo de la punta, atraviesa casi toda la península que cierra la bahía, donde se levanta la ciudad y concluye más allá del Campo de Marte, con una extensión total de 1.900 pasos. El Paseo de Isabel es preferido al de Tacón, próximo al Castillo de Príncipe y bastante retirado de la ciudad y al Paseo de Paula, debido al teatro Tacón que se levanta en sus inmediaciones y es el más iluminado durante la temporada teatral. Es para los habaneros lo que los boulevards para los parisínos, el Hyde park para los londinenses, el Prater para los vieneses, el Gran jardín para los habitantes de Dresden, el Litiden para los berlineses y el Nevskisclie Prospekt para los rusos de San Petersburgo. Los peatones con sus modernos trajes y sombreros negros, reflejo tan fiel del modelo original francés que es menester buscar las palmeras con la vista para cerciorarse donde nos encontramos en realidad, caminan por las aceras, separadas de los jardines de las casas de familia por vistosas rejas de hierro forjado. Emana de esos vergeles la fragancia embriagadora de las flores y los azahares. Elegantes jinetes desfilan junto a las volantas y saludan a las damas que pasean en ellas de a dos o tres, envueltas en sus blancos atavíos de muselina, con la cabeza y el cuello descubiertos y flores frescas entre su cabello oscuro. |
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La vida cotidiana de La Habana
de Jegor von Sivers
ediciones elaleph.com
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