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Los sillones y las batucas, esas mecedoras insustituibles cuando aprieta el calor, forman dos alas a los costados del volante que de acuerdo con el peculiar gusto habanero ocupa el lugar de honor en la sala más distinguida. ¿Por qué este mueble suntuoso, adornado con guarniciones de lata, y tapizado con las sedas más finas, le va en zaga a los demás ? Sobre su imponente altura se han dejado caer dos niñas jóvenes, los padres y abuelos se mecen en sus batucas. En los intervalos de la conversación se oye el murmullo de los abanicos en incansable movimiento en manos de las habaneras. Estos grupos familiares invitan al transeúnte a detenerse y ¿por qué no habría de participar él también en tales pláticas? Una de las damas jóvenes ha estado observando desde largo rato a las personas que se pasean en la penumbra, las ha mirado con impaciencia. En ese momento se incorpora de un salto, corre a la reja de la ventana y ya se ha iniciado un diálogo entre susurros al que los demás contertulios no prestan ninguna atención. Los círculos habaneros son casi tan exclusivos como los que han hecho famosa a la sociedad londinense. La línea divisoria no sólo la establece el color, sino también el rango. Pero al igual que en Inglaterra, en Hispanoamérica la fortuna es como una varita mágica que a poco de vibrar hace abrir todas las puertas y los corazones. |
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La vida cotidiana de La Habana
de Jegor von Sivers
ediciones elaleph.com
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